miércoles, 14 de julio de 2010

Un paseo matinal en el bosque.



Tengo la inmensa suerte de vivir en un conjunto residencial donde viven otras 3000 personas, aunque el silencio y el orden son tan absolutos que nunca se ven. Diría, para dar una idea a mis amigos caraqueños, que parecerían bloques del 23 de Enero, excepto que están primorosamente mantenidos, la limpieza es de nivel hospitalario y poseen un verde de grama y un rojo y amarillo de flores de la más atractiva diversidad, sembrados en espacios que alternan con inmensos árboles de 30 o más años de edad. Los edificios están rodeados por un cinturón boscoso lleno de esos inmensos árboles, lo cual hace que a mediodía aún reine allí una fresca y suave penumbra, aún en la mitad del duro verano de Virginia y que el complejo esté protegido del ruido del tráfico de la zona.
Todos los días, bueno, casi todos, camino unos treinta minutos por ese bosque, después de unos primeros treinta minutos de bicicleta en sitio en el gimnasio del complejo. Ello me despeja la mente, tarea que se hace progresivamente más compleja a medida que pasan los años. La caminata diaria me agrada particularmente porque el bosque abunda con pequeños seres que observan mi paso mientras yo los observo a ellos.Ya eso me atrae porque nuestros pequeños seres venezolanos huyen a nuestro paso, salen disparados cuando nos aproximamos. En este bosque los conejos nos miran atentamente y permanecen en su sitio. Algunos hasta parecen llevar anteojos y me miran con expresión inteligente. Yo no estoy seguro pero, por si acaso, les doy los buenos días. Otros habitantes del bosque que no huyen son los pajarillos quienes andan a saltitos picoteando por aquí y por allá. Intuyen, mejor, tienen la memoria colectiva de unos seres humanos no agresivos, quienes inclusive les llevan algunos regalitos de vez en cuando.
El bosque contiene canchas de tenis, parrilleros para hacer un asar una buena carne (eso si, un lomito entero de buen tamaño, de unos seis libras, cuesta unos $60 o Bs fuertes 250 al cambio oficial, vaya usted a saber cuanto en el mercado paralelo). Hay bancos para descansar y veredas que suben y bajan. El olor del bosque me lleva de nuevo a mis días de adolescente en Los Teques, en un Liceo San José rodeado de pinos y eucaliptos, frecuentemente húmedos. Estas caminatas me dan un sentido de progresiva pertenencia a la tierra, al mundo boscoso que me rodea, el cual se me antoja cada día más y más una parte de mi mismo.
Los seres humanos solemos pensar que lo profundo, lo sabio, es frecuentemente aquello que no comprendemos. Pensar así ha hecho de T.S. Eliot uno de mis poetas favoritos. Cuando lo leo sin comprenderlo, balbuceo admirado: “Que tronco de poeta es este Eliot!”. Camino por el bosque pensando en uno de su párrafos, aquel que dice en Inglés:
We shall never cease from exploration… And the end of all our exploring..
Will be to arrive where we started ..And know the place for the first time”.
Es decir, más o menos: “Nunca dejaremos de explorar… y el fin de toda nuestra exploración será.. llegar al punto de comienzo… y reconocerlo por primera vez”. Yo no entiendo muy bien esta vaina pero me parece cautivante y lo recuerdo cada vez que voy por el bosque descubriendo nuevos pequeños detalles, explorando una y otra vez el sitio, hasta el día que regrese a mi punto de partida y lo reconozca por primera vez. Ese día seré parte del bosque y miraré a otros pasar.

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