martes, 9 de marzo de 2010

Pasajeros en un planeta en movimiento.




En el grabado puede verse el grado de fragmentación que poseen las regiones sólidas del planeta. Ello ilustra como el terreno “firme” que pisamos es, realidad, tan firme como la melcocha que comíamos de niños. Era dura mientras fría pero elástica y dúctil al calentarse. Lo mismo le ocurre a las áreas situadas cerca de los bordes de las placas tectónicas, de los puntos de sutura o zonas de subducción. Cuando tiembla en Valencia, o Barquisimeto, o Boconó o Cumaná, es porque todas estas ciudades están cerca o sobre fallas geológicas secundarias o hasta primarias causadas por la fragmentación de las placas que reciben el calor del centro de la tierra. Vivimos sobre trozos resquebrajados del planeta, como hormigas sobre un trozo de porcelana lleno de fisuras. Así como el rompimiento del trozo de porcelana afectará a las hormigas, así el rompimiento mayor de una o más placas significaría una hecatombe humana de proporciones gigantescas, nunca vistas.
Cuando la tendremos? Nadie puede decirlo con propiedad. Mañana? El mes próximo? Dentro de cinco mil o cinco millones de años? Quien lo sabe. Pero lo que sucedió antes puede suceder de nuevo. En el Cretácico un meteorito chocó con la tierra y aniquiló a los reyes del planeta de la época, los dinosaurios. No quedó ni uno. Sin embargo, otras especies animales sobrevivieron. De igual manera, aun cuando la especie humana fuera obliterada en esta ocasión, otras especies zoológicas sobrevivirían y el planeta comenzaría de nuevo su proceso de evolución (o involución?) hasta desembocar en una nueva especie inteligente.
El péndulo de la vida se mueve con infinita lentitud, más allá de lo adecuado para nosotros, dada nuestro limitado rango vital. Y, sin embargo, nos ha sido dado un refinado instrumento de tortura (o un don maravilloso): la imaginación, esa que salta sobre milenios y eones, esa que viaja libremente por las estrellas, que sueña con otros mundos mejores.
Recuerdo las palabras de Jack Vance, con las que comienza su novela “Throy” (mi traducción): “A mitad del camino hacia el Brazo Perséico, cerca del borde del Alcance Gaénico, un caprichoso giro de gravitación galáctica ha atrapado 10.000 estrellas y las ha enviado a un desvio con un lazo y un adorno en su ápice. Este collar de estrellas es el Manojo de Micea”.
Esa es la imaginación, pobre prisionera de nuestra fragilidad humana. Me entristece saber que nunca veré el Manojo de Micea.

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